
DOMINGO 31 DE AGOSTO DEL 2003 10:15
En la tranquilidad de mi casa, en la comodidad
de una silla y en la estabilidad de una mesa estoy hincando mis posaderas
aplanando el culo en un mullido cojín lejos del la incomodidad
de el de mi bicicleta.
Mi hijo revolotea alrededor mío cambiado tras estos 15 días
que he estado fuera. Celina esta preparándome el desayuno de
bienvenida. Se acabaron las aventuras, se acabaron los esfuerzos físico,
comienza el trabajo, comienza la monotonía pero ¡YA ESTOY
EN CASA!
LA ETAPA del viernes 29 nos levantamos como siempre, sin ganas de dar
ni una pedalada. En el polideportivo de Ardua y después de la
bacanal de Casa Chelo, cualquiera daba un paso que no fuera para meterse
de nuevo en el saco. Una noche de perros donde el techo del pabellón
hacía de amplificador de la tormenta que nos cayó esa
noche. Afortunadamente el teléfono me lo había dejado
en Casa Chelo así que hubo que ir a recogerlo con la buena e
inesperada noticia de que la Chelo también servía desayunos.
Maravilloso, que mejor manera de empezar un día en el que no
teníamos ganas ni de darle un palo a la gran cantidad de agua
caída esa noche. Dos cafés con leche y una leche caliente
con Colacao (rápidamente perdonada por Norber), tostadas con
mantequilla pacientemente preparadas, en sartén, por nuestra
anfitriona, mermelada y mantequillas para aliñarlas fueron los
manjares que nos hizo de primer impermeable para afrontar la que, a
la postre, sería la más aguada de nuestras etapas a la
vez que la más última.
Bonita etapa llena de verde blea y dura por lo irregular del perfil.
Un constante subibaja rompepiernas que para ser la última no
tuvo ninguna consideración. Comenzó a llover nada más
salir de Arzúa y terminó nada más entrar a Santiago.
Enfundados de nuevo en blea y calados hasta los huesos por el sudor
y la condensación de las gotas de agua, nos dirigimos a Santiago
con una sola esperanza: la de llegar a Santiago. Noble fin este que
de no ser por una portentosa razón (la de llegar a Santiago)
hubiera dado al traste con nuestra gran Ilusión (la de llegar
a Santiago) muchísimo tiempo antes de llegar a Santiago.
Manolo hacía gala de una condición envidiable sobre las
dos ruedas, Norberto no tan envidiable pero su talla y personalidad
hacían de compensación, y yo hacía un gran esfuerzo
por no caerme en alguno de los empinados tramos de este último
esfuerzo.
Un pequeño tropiezo de Manolo enturbió su gran trayectoria
matutina haciendo de la canción su Himno. “¡¡¡
que tiene la zarzamora, que a todas horas…….!!!
Norberto desafortunadamente sostuvo un leve dolorcillo en algún
músculo de cuyo nombre no puedo no quiero acordarme que hizo
del trayecto un tanto desalentador dada la majestuosidad con que había
llevado el resto del Camino. De nuevo su personalidad y talla contrarrestó
la cadencia.
Yo por el contrario, impoluto, limpio y sin problemas, muy al contrario
que mis primeras andaduras en las que di varias veces con mis huesos
en el suelo. Con la edad se aprende.
Conforme nos acercábamos al Monte del Gozo, nuestras piernas
debitaban cada vez más. Los últimos kilómetros
antes de llegar fueron casi inexistentes. Televisión gallega
y televisión española y a lo lejos ves la estatua que
corona el Monte del Gozo. En ese momento ya sabes que tu aventura ha
terminado; que ya no hay que levantarse otro día más con
el sentimiento de ¿Qué me pasará hoy?, ¿Cómo
estaré? o ¿me dolerá algo?; que se acabaron las
noches dentro de un saco o que me falta muy poco para ver de nuevo a
mi Manolo y a mi Celina.
También pasa la nostalgia por tu cabeza. Se acaba aquello que
un día soñaste en terminar. De aquellas noches de juerga
y risas delante de una buena cena. De las confidencias y conversaciones
entre buenos amigos y de la tristeza de otro buen amigo que no pudo
concluirla.
Todo pasa por tu cabeza y de ella a los ojos.
¿Quien no ha llorado aunque sea muy para dentro al ver aquella
escultura fusión del hierro colado con el acero inoxidable? Que
levante la mano. Yo no puedo que estoy escribiendo.
Una foto en lo alto con la bici hizo de broche final y prueba de haber
llegado hasta allí. Con un abrazo firmamos nuestra experiencia
y con un par de gritos la franqueamos. Lo demás fue mero trámite
hasta llegar a Santiago.
La mala señalización en la ciudad hizo que nos perdiéramos
y abandonáramos a última hora las flechas que daban llegada
a la Plaza del Obradoiro.
Allí nos aguardaba una gran amiga que esperaba con ansia a su
Manolo. Nuestra llegada por la parte trasera de la plaza (debido a nuestro
despiste y al de la Xunta) hizo que viéramos la espalda de Nuria
esperando a Manolo por la entrada natural de los peregrinos intentando
grabar nuestra llegada. Alguien la llamó y ella dio la vuelta
grabando el momento mientras de sus ojos manaban una gran cantidad de
lágrimas que nos hizo a todos emocionar. Lo machote que somos,
la presencia de una mujer (eso siempre nos reprime) y el hecho de que
la plaza estaba hasta las manillas de gente evitó que armáramos
un escándalo de pataletas, llantos y quebrantos.
Dejamos las bicis apoyadas en la valla del Hostal de los Reyes Católicos
y nos abrazamos fuertemente. Luego fuimos al centro de la plaza para
admirar los tres picos de la catedral y sentados en nuestras bicis comunicamos
a nuestros seres queridos la culminación de la hazaña.
Aquello tocaba a su fin.
Solo nos quedaban algunos protocolos por cumplir al que todo peregrino
está obligado y del que su eficacia, tesón y habilidad
dependerá que el viaje sea un total éxito o de que solo
haya sido una pequeña aventurilla.
A saber.
El primero fue fácil. Mientras Nuria aguardaba fuera vigilando
las bicis, los tres entramos en el edificio del peregrino para recoger
nuestras Compostelas.
En la primera posición fue el Religiosocultural de Enmanuellen,
en segundo el simplemente religioso mío y en tercer el místico
cabeza de buda católico de Norbertum.
Con nuestros diplomas en una cajita (de 0.95€ en vez del Euro que
pedían en el edificio ayuda peregrinos) nos dirigimos al segundo
protocolo que si no más especial que los demás si lo es,
cuanto menos, más doloroso.
Los coscorrones al ángel y el abrazo al santo está dividido
a su vez en tres subprotocolos que tienen como finalidad, entre otras,
sacarnos de quicio en las interminables colas que se crean.
El primer subprotocolo consiste en meter ambas manos en una especie
de incubadora gigante donde jamás encuentras ni tocas nada por
mucho que te hagas daño con la barbilla.
En el segundo subprotocolo tienes que poner todo tu empeño en
quedar bien. Todo el mundo te mira y no son pocos los que se equivocan
al introducir los dedos en las marcas existentes en la misma columna
donde bajo está la incubadora. Con el gesto más penetrante
y concentrado que uno pueda disimular, la mano derecha por encima de
la cabeza introducida en dichos huecos y con la izquierda apoyada en
una especie de desgastada cabeza de ángel de alabastro negro
(como los de Machín), uno tiene que intentar meditar, pensar,
recordad todo lo que quiere y desea para otros años venideros
bajo la atenta mirada de quinientas personas que vigilan los contornos
de tu culote y el que no se te escape ninguna carcajada.
El tercer subprotocolo es el que da nombre al protocolo y por tanto
el más doloroso. Rodeando la columna donde queda la incubadora,
la cabeza del ángel machiniano y los huecos para la mano, encontramos
otro promontorio que debe ser la cabeza de otro angelito negro o en
su defecto, el culo del primero, con el que hay que intentar en la medida
de lo posible no perder la concentración ya que una leve distracción
puede hacer que te rompas el cráneo en uno de los tres golpecitos
que ha dársele.
Si todo va bien, y entre los del grupo no se produce ninguna baja, nos
dirigiremos al tercer y último de los protocolos (llamémoslo
de alguna manera) religiosos.
El abrazo al santo son de las cosas que uno hace una o dos veces en
la vida. Es por ello que se aguardan grandes colas y se aguantan penalidades,
edores, gritos de niños y preguntas del tipo “¿es
esta la cola? Quien da la vez o A como tienen los tomates?. Pero merece
la pena.
Tras aguantar toda esta de tretas se sube por una pequeña escalerita
donde a ambos lados existen multitud de huchitas o cepillos que te van
recordando lo cabrón y tacaño que eres. En lo alto ves
como alguien hace un ademán extraño de comprender pero
que se debe memorizar porque pronto te tocará hacerlo a ti. Uno
tras otro van pasando y tu subes uno tras otro los escalones. Por fin
se llega a la parte alta de este pequeño recinto donde un señor
de espaldas a ti, con una armadura plateada, aguarda a que realices
el gesto antes estudiado. Te paras tras el, piensas algo que jamás
coincide con todo lo que habías preparado, miras los cepillos
a derecha e izquierda, bajas la cabeza humillado y le pegas un abrazo
a la armadura que si no te das cuenta te cargas el móvil que
lo llevas en el bolsillo de la camisa. Si eres hábil y el señor
que vigila detrás no está muy atento, te puedes llevar
alguna de las piedrecitas de colores que lleva la armadura cambiando
el paso del abrazo por el del mordisco. El problema es que ya no quedan
piedrecitas por los lugares acostumbrados y hay que buscarlas por sitios
donde son menos creíbles los achuchones.
Ya sin colas te das la vuelta y bajas lentamente los escalones que hay
a continuación con solo un pensamiento en la cabeza. ¡qué
agarrao soy!
Pero el itinerario prosigue al pasar a una cripta donde los católicos
veneran a Santiago enterrado allí y los historiadores veneran
a los católicos que se lo creen.
El cuarto protocolo consiste en la búsqueda de cobijo. Tras el
abrazo al santo, decidimos buscar un sitio donde poder dormir. Nos dirigimos
al albergue de Santiago de Compostela. Afortunadamente, el hotel donde
se alojaban Manolo y Nuria estaba a poca distancia del Albergue, con
lo que todos al salir de la Catedral nos tomamos la misma dirección.
El albergue es un seminario que si encuentra a espaldas de la catedral
a unos 750 m de ella. Es un edificio viejo cuya tercera planta está
preparada para alojar a gran cantidad de peregrinos.
Dejamos las bicis, en la planta baja, recogimos alforjas y nos fuimos
a dar una merecida ducha, un confortable aseo y un rasurado afeitado.
Luego en busca de la trona en el tercer piso encontrando unas literas
en la esquina de una perdida camareta donde dejamos todas nuestras pertenencias.
Y para la calle en busca de Manolo, Nuria y el quinto y definitivo de
los protocolos: LA MARISCADA.
La mariscada, siendo como es el definitivo, último y gastronómico
de todos los protocolos del camino, no es ni por allá lejos el
más fácil de ellos.
Quien piense que la mariscada es, como el otro y nunca mejor dicho,
llegar y abrazar al santo se equivoca.
La mariscada consta de varias partes o subprotocolos que hay que seguir
a raja tabla para no caer en el más absurdo de los errores.
El primer punto es anterior a los otros protocolos.
Cuando se pasea por las inmediaciones de la catedral disfrutando de
los muchos escaparates, saltimbanquis, tabernas, no hemos de hacer caso
alguno de ninguno de ellos ya que de lo contrario podemos caer en una
modorra impresionante producida por los jugos gástricos y haciendo
imposible cualquiera de los primeros protocolo. Te puedes romper la
crisma con el angelito en el segundo, no recordar nada de lo que has
de decirle al santo en el tercero o hasta incluso el blasfemar en lugar
sagrado en el primero.
El segundo punto a tener en cuenta trata en hacer una pequeña
avanzadilla por las recomendaciones de las guías, pidiendo platos
de segunda importancia acompañado de algunas cañitas.
Por ejemplo, unos berberechos o mejillones al vapor, unos pimientos
de padrón etc. De esta manera además de calmar los jugos
gástricos también contribuimos a crear un buen ambiente
y a ojear otros manjares más apetitosos pero mucho, muchísimo
más caros.
Aquí es muy importante llevar la cuenta de lo que se va comiendo
y bebiendo ya que podemos llegar desganados a la cena, o lo que es peor,
.. borrachos.
El tercer punto pasa por ser el más estresante e incomodo.
La elección del restaurante donde hincarnos la mariscada es de
las tareas más ingratas de todo el viaje.
A todos nos importa un carallo el precio del menú.
Pregunta- ¿Qué te quieres gastar?
Respuesta- Me da igual, es el último día y aquí
no escatimo en gasto.
Mentira cochina. Este es el momento de tu vida donde los dedos se mueven
con más agilidad que nunca haciendo sumas, restas, multiplicaciones
y hasta divisiones.
Expresiones como “Ostia”, “Me cago en la puta”
o “Cago en diez” son comunes en este punto. Otear 1500 bares
lleva su tiempo pero el estomago no dispone de tanto.
Menús a 15, 20, 25, 30, 35, 40 € son las cartas que nos
encontramos. Debajo pone: “Centolla Kg a 90 €” ….¡Algo
falla!. ¡O nos dan tres kilos de marisco a cada uno o no los dedos
fallan!
Así que tienes que ir ojo avizor y no hacer caso a los muchos
camareros que se te abalanzan ofreciéndote mesa. Tampoco hay
que hacer caso a las degustaciones de productos típicos de la
tierra ya que te pueden sentar mal, no solo por el producto propiamente
dicho, sino por el cuarto de hora de una insufrible señorita
que te repite como un loro las propiedades terapeutas de un trozo de
queso.
Una vez que te convences de que todo el mundo te la quiere meter es
cuando viene el cuarto punto.
Consiste en encontrar a la persona idónea para preguntarle. Sus
ojos nos tienen que decir varias cosas. Que le gusta el Marisco, que
le gusta comer marisco, que no tiene amigos que regenten un restaurante
donde se sirva marisco, que no cobre comisión por mandar a cuatro
tontorrones, que no sea rencorosa o simplemente que tenga un par de
dedos de frente.
Dada la dificultad de encontrar una perica en dulce de tal tamaño
se decide preguntar a la primera dependienta simpática que a
la vez de ojos tenga otras cualidades más ostentosas.
El resultado suele ser bueno sobre todo si le entras de una manera tajante
y decisiva: “Mira, tengo un montón de pasta y no se donde
gastarla”
El quinto punto está muy claro. Llegar al restaurante que la
dependienta te ha aconsejado y simplemente dejarse llevar cerrando los
ojos y esperando poder volver a ahorrar lo que llevas una vida guardando
en el calcetín.
He de decir, en nuestro caso, que la dependienta que nos aconsejó
el restaurante donde cenamos, además de tener dos ostentosas
razones también tenía un buen corazón.
Así que nos hincamos una imponente Mariscada que llevaba un poco
de todo: Pimientos de Padrón, Lacón y Pulpo (como centro
de mesa), una fuente repleta de todo tipo de marisco (gambón
plancha, camarón, buey, nécora y cigalas). Luego vieira
al horno y de postre tarta de santiago que fue cambiada por queisada
(salvo Manolo). Tres botellas de Ribeiro y Orujo para hundir un barco
conmigo dentro.
Salir a gusto es una cuestión difícil de conseguir. En
nuestro caso plenamente conseguida.
El restaurante San Clemente nos dio bien de comer y bien de beber en
un ambiente muy acogedor y con un precio que consiguió precisamente
lo que deben conseguir los precios; no ser los protagonistas de la cena.
Un diez por San Clemente.
Como colofón para este definitivo protocolo tenemos la indispensable,
imprescindible, infumable e indigesta queimada con sus respectivos rezos
a las meidas y cararanpeidas.
Aquí ya da un poco igual donde te la tomas, no por que sea un
producto estándar donde todas tienen el mismo sabor e incluso
color, sino porque el cansancio del punto número tres y el peo
del quinto evita tener que pasar por un primero, segundo. En definitiva
que que el primer bar que tenga orujo es el bueno.
A nosotros nos tocó lidiar la queimada con un portugués
estilo chorizo de cantimpalo, un ambiente algo extraño (por los
atuendos y cadenas de los que allí se encontraban) y una música
cuya letra se preocupaba mas bien poco del decoro, la decencia y las
familias de los cantantes.
Claro que por 6€ tragas al portugués, te haces amigo de
los punkis y acaba gustándote la música sin no piensas,
claro está, que la protagonista pueda ser tu madre o tu hermano
el policía.
En definitiva, que este último protocolo es en el que el azar
cobra mayor importancia. La compañía de unos buenos amigos
y el compartir su último día de una bonita historia pone
la salsa.
El peo de la cena se ha multiplicado por tres con la queimada. Aún
nos quedan varios cartuchos por quemar y las risas y los recuerdos hacen
tiempo para la despedida.
Manolo y Nuria se quedarán una semana por Galicia mientras Norberto
y yo volvemos a la mañana siguiente.
A las 12:00 en punto nos cierran el seminario que tiene el gran placer
de guardarnos durante la última noche. Paseamos silenciosos por
la plaza del Obradoiro con la catedral majestuosamente iluminada. Solo
estamos nosotros.
Lentamente hacemos nuestro último pasacalles por el casco histórico
de Santiago cruzándolo para llegar a nuestros aposentos.
Toca despedida. Un abrazo efusivo a Manolo y a Nuria y un hasta pronto.
Nos separan las rutas.
Aún nos quedan unos 300 metros, 150 de bajada (fácil)
y 150 de subida (no tanto). Bajada con el “Asturias patria querida”
y subida con el “Pobre de mí”. A media cuesta, el
potente haz luminoso de Manolo nos deslumbra centelleante desde el cuarto
piso del hotel donde se hospedaban. ¿Les hacemos un calvo? Pues
vale. Y prestos les hicimos un bonito (para ellos) y gratificante (para
nosotros) calvo.
Con la finalización de esta obra cumbre de la humanidad (me refiero
al calvo) comenzaron a dar las campanadas en todas las iglesias de Santiago.
Pan….. me subo los pantalones…. Pan……. Se los
sube Norberto…. Pan……. Pan…….. Así
sin pausa y con intervalos totalmente descontrolados nos iban indicando
el tiempo que nos restaba de esta gran aventura. Pan…….
Pan…… ¡Norberto que no llegamos!... Pan …..¡que
dormimos en la calle! Pan …… no puedo Pan ….. venga
cabrón que nos cierran las puertas……Pan……..Norber
me da igual …… Pan ……¡que nos convertimos
en bleas redondas!… Pan………….Chof.
Afortunadamente todas las iglesias de Santiago adelantaban con lo que
finalmente llegamos a tiempo a lo que a la postre sería el broche
perfecto para estos 15 días de singladura.
¡Manolo ponte tu frontal Tikka plus y en marcha! me ordenó
displicente Norberto. Subimos los primeros escalones de llegada al seminario
intentando no pisar a los que allí quedaban apurando su último
cigarro (de esa noche). Más escalones de mármol blanco
hasta el entresuelo y luego ¡Vamos a ver las bicis! Ok. Para abajo.
Sótano. Ahí están deslumbrantes (claro que porque
reflejaban el frontal porque estaban de mierda hasta los radios). Le
voy a hacer una foto. ¡Me apetece!. Clic
Y para arriba los cuatro pisos que nos restan.
A partir de aquí, en mi cabeza aparecieron un cúmulo de
imágenes borrosas y distorsionadas que bien pudieran haber sido
sacadas de alguna película tipo “El señor de los
anillos”, “Despertares” o “La escalera de Jacob”.
El panorama no podía ser más desalentador y me causaba
incluso pánico. Cientos de larvas de algún insecto desconocido
se postraban en sus catres en calzoncillos emitiendo rugidos de toda
clase de decibelios. Otros revoloteaban a nuestro alrededor molestando
nuestro avance hacia nuestros lechos.
Debíamos actuar con premura y decisión para poder avanzar
con rapidez y mandar a los que revoloteaban a sus camas y callar a los
ya postrados. Así que hicimos un alarde de imaginación
y manejo de mi Tikka Plus enfocando directamente a los ojos de los enemigos.
Afortunadamente estas larvas eran fotosensibles, con lo que a cada fogonazo
del frontal se encogían y daban la vuelta rápidamente
poniendo sus manos en su cara para parar la potencia del haz luminoso.
Al hacerlo emitían unos sonidos confusos que de no ser por el
peo que llevaba creería haber oído “Cabrón”
e “Hijo Puta”.
A los que impedían nuestro avance no hubo más remedio
que utilizar otras estrategias como la de gritarles frases hechas. “A
la cama gandules” “Vamos a cerrar” o “Silencio
o me cargo a tu amigo de un fogonazo”. Afortunadamente y sin saber
cómo, comprendían nuestro idioma con lo que nuestros esfuerzos
fueron fructíferos y resolutivos.
Tuvimos que dar dos vueltas para conseguir llegar a nuestras literas
matando larvas por doquier. Lo conseguimos y nos acostamos.
Lo que vino después me es muy confuso.
Tan solo recuerdo algunos lapsus en los que un inglés me decía
algo en su idioma y me despertaba del agradable sueñecito que
me estaba pegando en la ducha; cuando el somier de la cama de encima
comenzó a dar vueltas hasta lograr elevarse dos metros del suelo;
o cuando alguien parecido a mi limpiaba afanosamente unos trocitos de
cóctel de mariscos que alguien parecido a mi había depositado
junto a nuestras literas.
Por suerte en seguida conseguí dormirme sin que ni el inglés
ni el que se parecía a mí me molestase en esta noche que,
sin duda, deleité de nuevo a todos mis compañeros con
los dulces y armoniosos sonidos de mi nariz……. Los últimos.
Una noche en la que con seguridad pasaron por mi cabeza recuerdos imborrables,
lugares encantadores y nombres inolvidables que espero haber sabido
plasmar en estas líneas que siendo mis primeras (que con coherencia
y poca gramática escribo) deseo que no sean las últimas